A veces me uno a un
vacío cíclico mental, en donde solo estamos 2;
yo le escucho a El, y
redundo en el pensar del pensar.
Hago silencio, miento
en el hecho de la pregunta externa.
¿En qué piensas?
-En nada-
***,
De mi infancia,
recuerdo muchos sonidos.
El de las alas de la
taras chocando contra la pared, el de las maletas de mi papá cerrándose otra
vez para ir a cumplir con su propósito, el de la voz de mi mamá con un eco de
un cortaúñas en su mano al cortármelas cuando tenía 7 años. La voz de mis
hermanas y mi respirar [al vacío] cuando me tapaba mis oídos
para escucharlo.
Me gustaba el monte,
el cielo y el ruido único del ventilador con los grillos como canción para
dormir en aquella casita de Agua Viva en la que abundaban los aguacates.
No valía 1 bolívar el
pasaje, y a cada día se contaban nuestros días como familia en aquella ciudad.
Sonrío, cierro los ojos y
veo la misma imagen que hace 15 años al dormir. Un color de una gama
desconocida aun para mi, pues, nunca lo descubrí. Así como Beige perfecto en
toda la plenitud de la palabra.
Hice volar a pollitos
que no podían volar, hice volar una tortuga que luego desapareció, intente
volar un papagayo, pero mi papa me enseño a soltarlo y a dejarlo ir. Volando
solo.
Había girasoles, en
un barranco cercano, y tras voltear en la otra esquina un Araguaney grande que
a veces parecía lleno de líneas grises y desoladas hojas secas, pero otras
veces, no sobraba ni una hoja pintada a mano, de un color cercano a la
tartracina. Su color combinaba con la canción de la lechuza en mi xilófono
prestado de la escuela de música.
Shakira, el nombre de
aquella tortuga voladora (…)
Era casi nulo el
tiempo de mis hermanas y el mío con el televisor, razón por la cual hoy tenemos
tantas cicatrices en las piernas y también tantos cuentos detrás de cada una de
ellas… Era otro tiempo, en el que estaba de moda, pero ¡No! no nos hacía falta
tener una pantalla con colores en movimiento que atrajera a los mosquitos.
Ni imaginábamos a
donde iríamos a estar de aquí a 15 años, ni pensábamos en el mañana. Por lo
menos, no nosotros como niños. Decía
querer ser veterinario, y me volví cocinero. Busque respuestas en cada letra
del abecedario, y las sigo buscando.
Se detuvo el bus*
También, vi un Tajy y
remembre aquel Araguaney, mi mente en segundos se volvió al vacío cíclico; no
estaba allí, ya mi infancia, Otra vez.
Busque
respuestas en cada letra del abecedario, y las seguí buscando. Escribí cartas,
escuche la voz de mi viejo, de nuevo, la de mi mamá, las de mis hermanas
junto al grillo y el ventilador, volé el papagayo y lo solté, jugué con perros,
monte patineta, toque guitarra, hice canciones para mi esposa y mis rodillas se
quebraron.
Hice recetas, las
escribí, las descubrí, comencé a aprender a creer y a crear, lo sigo haciendo,
también a aprehender a creerle a El, quebro de nuevo mis rodillas; respire dos
segundos, volví, vi el pico Bolívar al amanecer, el maizal, el árbol de
aguacate, las matas de mora, la culebra muerta, el rostro de un compañero
pelirrojo de la escuela llorando porque su mama estaba enferma, mientras
sostenia una soga en la cual estaba atado un burro, a través de la cerca le
mire, le dije que todo iba a estar bien.
El rostro de mi
viejo, de mi vieja, mis hermanas, mi flor.
La mirada del pais
que nos vio nacer.
Respire, emplaté las
costillas junto a la arena de hierbas y sus papas acordeón, les bañe en salsa
de sake, entregue el plato, recibí otra comanda, cante la comanda, cante 13
comandas mas y al final del día, entre sabores nostalgicos del hipocampo.
Escuche su voz.
Mis ojos se golpearon
fuerte con la brisa, no había visto la luna.
Cíclico el día, no
fue vacío, la voz de El lo lleno.
Mi esposa me corto
las uñas, sonaba su voz; la voz de ella, el eco del Clic del corta-uñas, el
ventilador y los grillos.
Ya lo demás estaba
lejos, pero
muy cerca a la vez.
Comprendí al fin, que
el Araguaney ya no era aquel, ahora era un Tajy.